Historia

Mi amado Ignacio:

Hoy te escribo con el corazón lleno de gratitud por todo lo que compartimos en nuestra vida juntos. Desde aquella tarde en la universidad, cuando nuestras miradas se cruzaron por primera vez, supe que estábamos destinados a caminar uno al lado del otro. Nuestro amor creció en aventuras, risas y sueños compartidos, y se consolidó en aquel día en que nos unimos en matrimonio rodeados de quienes más queríamos.

La llegada de Elena y Sofía transformó nuestras vidas para siempre. Te vi convertirte en el padre más amoroso y paciente, capaz de volver mágico lo cotidiano. Nunca olvidaré cómo tus risas se mezclaban con las de nuestras hijas en la playa, en las sierras o bajo las estrellas del patio. Tu ternura y tu alegría eran un refugio para nosotras.

Admiré siempre tu capacidad de trabajar con pasión y entrega, pero sin perder de vista lo verdaderamente importante: nuestra familia. También tu lealtad hacia tus amigos, Paolo y Santiago, con quienes compartiste una hermandad que trascendió el tiempo. Esa misma lealtad la ofreciste a todos, porque siempre tenías una palabra de aliento o una mano tendida para quien lo necesitara.

Tu generosidad, tu risa contagiosa y esa forma tuya de encontrar belleza hasta en los pequeños detalles hicieron que nuestra vida juntos fuera un regalo invaluable. Ignacio, dejaste en mí, en nuestras hijas y en todos los que te conocieron una huella imborrable.

Aunque tu ausencia pesa, me consuela saber que tu amor y tu luz siguen vivos en cada recuerdo y en cada gesto que sembraste. Siempre serás mi compañero, mi amor eterno, y el padre maravilloso que Elena y Sofía llevarán en el corazón por siempre.

Con amor infinito,

Tu esposa Carla.