María Elena Rodríguez

1959-2024

Cementerio de la Chacarita

Sección 4, Manzana 12, Tablón 7

Av. Guzmán 680, C1427 Cdad. Autónoma de Buenos Aires

«El Señor es mi pastor, nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar.»

Historia

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Querida mamá:

Hoy me siento frente a estas palabras con la necesidad inmensa de hablarte, de contarte lo que siento, aunque ya no pueda mirarte a los ojos ni escuchar tu risa que siempre llenaba nuestra casa de vida. Escribo porque sé que, de alguna manera, me estás leyendo desde donde estés, con esa calma y paciencia infinita que te caracterizaba.

Mamá, siempre fuiste mucho más que una madre. Fuiste mi guía, mi ejemplo, mi refugio y mi mayor inspiración. Crecí admirando tu fuerza y tu ternura, tu capacidad de estar siempre presente, aun cuando parecías tener mil cosas por hacer. No sé cómo lo hacías: enseñar en la escuela, educarnos a nosotros, cuidar de papá y aún así tener tiempo para escuchar, aconsejar y hasta para llenar la casa con el aroma de tus empanadas los domingos. Aún puedo cerrar los ojos y sentir ese olor que se mezclaba con tus canciones suaves en la cocina y la seguridad de saber que, en tu mesa, siempre había lugar para uno más.

Me enseñaste que la familia es un tesoro y que el amor se demuestra en los gestos cotidianos: un mate compartido, una palabra de aliento, una caricia en el momento justo. Recuerdo tantas veces en que, siendo adolescente, me sentaba a tu lado sin saber cómo expresar lo que me pasaba, y vos, sin necesidad de grandes discursos, encontrabas la forma exacta de darme paz. Esa sabiduría tuya, mamá, era un regalo que muchos recibimos: tus hijos, tus sobrinos, tus amigos, y hasta tus alumnos, que encontraban en vos algo más que una maestra.

Sé que tu vocación docente fue parte esencial de tu vida. Más de tres décadas entregadas a la Escuela N°15 hablan de tu compromiso, pero lo que más me enorgullece es cómo dejaste huella en cada alumno. Todavía, cada tanto, alguien se acerca a mí y me dice: “Tu mamá me enseñó a creer en mí mismo”, o “gracias a tu mamá entendí las matemáticas”. ¡Eso eras vos, mamá! Una mujer capaz de transformar vidas con paciencia, creatividad y amor. Y cuando te jubilaste, en lugar de descansar, inventaste nuevas formas de enseñar, porque para vos educar era una manera de dar vida.

También recuerdo cuánto disfrutabas de tus óleos. Era hermoso verte, pincel en mano, perdiéndote entre colores, retratando flores, paisajes, la vida misma. Nos enseñaste a ver la belleza en lo simple: en una rosa de tu jardín, en un cielo de verano, en una sonrisa compartida. Y qué felices eran tus nietos cuando pasaban tardes contigo pintando, aprendiendo que el arte es una forma de expresar lo que llevamos dentro.

Mamá, tu vida fue un ejemplo de fortaleza. Aun en los últimos años, cuando la salud se volvía difícil, jamás perdiste tu optimismo ni tu sonrisa. Nos enseñaste que la adversidad se enfrenta con dignidad y con la certeza de que siempre hay algo bueno por descubrir. Tu jardín, con esas rosas que cuidaste como si fueran parte de la familia, se convirtió en tu refugio. Allí, entre plantas y vecinos, seguías sembrando amor y compañía, como lo hiciste toda tu vida.

Hoy me duele profundamente tu ausencia, y a veces siento que nada podrá llenar el vacío que dejaste. Pero también sé que tu legado vive en nosotros. En tus hijos, que llevamos contigo el amor por la educación y el servicio a los demás. En tus nietos, que heredaron tu pasión por el arte, la lectura y la vida sencilla. En cada persona que tuvo la fortuna de cruzarse contigo y llevarse un pedacito de tu luz.

Mamá, gracias por enseñarme que la verdadera riqueza no está en lo que acumulamos, sino en los vínculos que creamos y en la capacidad de dar sin esperar nada a cambio. Gracias por tu amor incondicional, por tu ejemplo de generosidad, por haber pintado nuestra vida con los colores más hermosos de la bondad.

Te extraño cada día, pero cuando cierro los ojos y pienso en vos, lo que me llega primero no es la tristeza, sino la alegría de haberte tenido como madre. Esa alegría me acompaña, me da fuerzas y me recuerda tu frase favorita: “la vida es como un lienzo en blanco, y cada día tenemos la oportunidad de pintarlo con los colores más hermosos del amor y la bondad”.

Seguiré pintando mi lienzo, mamá, con tus colores. Y cada pincelada será un homenaje a vos, a tu vida y a todo lo que nos dejaste.

Con amor eterno,

Tu hija Rosario.

**A mi madre**

En tu voz aprendí el consuelo,
en tus manos, el calor del hogar,
y en tus ojos, mamá querida,
la certeza de siempre amar.

Tu risa aún vive en mis días,
como un faro que nunca se va,
y aunque el tiempo borre caminos,
tu luz en mi pecho quedará.

Me enseñaste a mirar la belleza
en lo simple, en lo natural,
una flor que despierta en silencio,
una tarde de mate y de paz.

Tus palabras siguen siendo abrigo,
tus gestos, un mapa de amor,
y aunque el cielo hoy te cobije,
en mi vida serás canción.

Momentos

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