Cementerio de la Chacarita
Sección 4, Manzana 12, Tablón 7
Av. Guzmán 680, C1427 Cdad. Autónoma de Buenos Aires
«El Señor es mi pastor, nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar.»
María Elena fue una mujer excepcional que dejó una huella indeleble en todos los que tuvieron el privilegio de conocerla. Nacida en el seno de una familia trabajadora en Buenos Aires, desde joven demostró una determinación y calidez que la caracterizarían toda su vida. A los 23 años, mientras trabajaba como maestra en una escuela primaria, conoció a Roberto, quien se convertiría en el amor de su vida y compañero durante 42 años de matrimonio. Su historia de amor comenzó en una feria del libro, donde compartieron su pasión por la literatura y la educación, sentando las bases de una relación que florecería con los años.
Como madre de tres hijos -Carlos, Laura y Martín- María Elena demostró una capacidad extraordinaria para equilibrar su vocación docente con la crianza. Sus hijos recuerdan con especial cariño las tardes de domingo, cuando la cocina se llenaba de aromas mientras preparaba sus famosas empanadas, una receta heredada de su abuela que se convirtió en tradición familiar. Su hogar era un refugio donde siempre había lugar para uno más en la mesa, y sus consejos sabios, acompañados de mate y paciencia infinita, ayudaron a formar no solo a sus hijos sino también a numerosos sobrinos y amigos de la familia que la consideraban una segunda madre.
En su carrera como educadora, María Elena dedicó más de tres décadas a la Escuela N°15 "Manuel Belgrano", donde se destacó por su compromiso con la educación pública y su capacidad para inspirar a sus alumnos. Sus métodos innovadores para enseñar matemáticas y su dedicación especial a los niños con dificultades de aprendizaje la convirtieron en una figura querida y respetada en la comunidad educativa. Incluso después de jubilarse, continuó vinculada a la educación a través de un programa de alfabetización para adultos mayores que ella misma ayudó a crear en su barrio.
Su pasión por el arte se manifestaba en las clases de pintura que tomaba los sábados, actividad que compartía con un grupo entrañable de amigas que se mantuvo unido por más de treinta años. Sus acuarelas, que adornaban las paredes de su casa, reflejaban su amor por la naturaleza y la vida cotidiana. Esta sensibilidad artística la transmitió a sus nietos, a quienes dedicaba tardes enteras enseñándoles a mezclar colores y a ver la belleza en los detalles más simples.
María Elena enfrentó los desafíos de la vida con una fortaleza admirable y una sonrisa que nunca perdió su brillo. Durante sus últimos años, a pesar de los problemas de salud, mantuvo su espíritu optimista y su capacidad de hacer sentir especial a cada persona que la visitaba. Su jardín, cuidado con dedicación durante décadas, se convirtió en su refugio favorito, donde pasaba horas cultivando rosas y conversando con sus vecinos, siempre dispuesta a compartir un consejo o una palabra de aliento.
Su legado perdura en las innumerables vidas que tocó: en sus hijos, que heredaron su pasión por la educación y el servicio a los demás; en sus seis nietos, a quienes transmitió su amor por el arte y la lectura; en sus ex alumnos, muchos de los cuales siguieron en contacto con ella a lo largo de los años; y en su comunidad, donde su trabajo voluntario dejó una marca imborrable. María Elena nos enseñó que la verdadera riqueza está en los vínculos que construimos y en la capacidad de dar sin esperar nada a cambio.
Su partida deja un vacío imposible de llenar, pero su ejemplo de amor, dedicación y generosidad seguirá inspirando a generaciones futuras. Como ella solía decir, "la vida es como un lienzo en blanco, y cada día tenemos la oportunidad de pintarlo con los colores más hermosos del amor y la bondad".