Cementerio Parque Jardín de Paz
Sector Angelitos, Parcela 14
Av. Donato Álvarez 2050, Flores, CABA
«La música nos da alas, y nos deja volar tan alto como nuestros sueños»
Marco del Valle llegó al mundo un caluroso 15 de abril de 2014 en el Hospital Álvarez de Buenos Aires, llenando de alegría el hogar de Laura y Eduardo del Valle. Desde pequeño, su sonrisa luminosa y contagiosa se convirtió en su sello personal, capaz de iluminar hasta el día más gris. Creció en el corazón del barrio de Flores, rodeado del amor de sus padres y su hermana mayor Lucía, quien desde el primer momento se convirtió en su protectora y compañera de aventuras.
A los cuatro años, Marco descubrió lo que sería una de sus grandes pasiones: la música. Todo comenzó cuando su abuelo Ramón, músico aficionado, le regaló una pequeña guitarra de juguete. Para sorpresa de todos, el pequeño Marco no la trató como un juguete más, sino que pasaba horas intentando sacar melodías, mostrando una concentración inusual para su edad. Al cumplir seis años, sus padres decidieron inscribirlo en clases formales de guitarra con el profesor Martín Acosta, quien rápidamente reconoció el talento natural del niño. "Marco tenía eso que no se puede enseñar", comentaba siempre su profesor, "un oído privilegiado y la capacidad de sentir la música en cada fibra de su ser".
La música no fue su única pasión. A los cinco años, Eduardo comenzó a llevarlo a la cancha de San Lorenzo, equipo del que era hincha de toda la vida. Marco esperaba con ansias cada domingo de partido, no solo por ver jugar a su equipo, sino también por los momentos especiales que compartía con su papá: el ritual de ponerse la camiseta, tomar el colectivo juntos y comer un choripán antes de entrar a la cancha. Pronto, Marco también quiso jugar al fútbol él mismo, y se unió a la escuelita del barrio. Aunque no era el más habilidoso, su entusiasmo y espíritu de equipo lo hacían destacar. Sus compañeros lo adoraban porque siempre tenía palabras de aliento para todos y celebraba los goles de sus amigos como si fueran propios.
A los siete años, Marco tuvo que enfrentar su primer gran desafío: el divorcio de sus padres. Fue un período difícil, pero la madurez con la que afrontó la situación sorprendió a todos. Él mismo se convirtió en un pilar para su hermana Lucía, recordándole que aunque vivieran en casas diferentes, seguían siendo una familia. Esta etapa fortaleció enormemente su vínculo con su hermana, con quien compartía sus pensamientos más profundos y sus pequeñas victorias cotidianas.
La natación entró en su vida como parte de una recomendación médica, ya que Marco tenía una leve escoliosis. Lo que comenzó como una terapia se transformó rápidamente en otra de sus actividades favoritas. En el Club Comunicaciones, donde asistía tres veces por semana, no tardó en destacarse por su perseverancia. Su entrenadora, Valeria Molinari, siempre decía que Marco era el primero en llegar y el último en irse, siempre buscando mejorar su técnica. En 2023, participó en su primera competencia intercolegial, logrando el tercer puesto en estilo libre categoría infantil, una medalla que guardaba con especial orgullo en su habitación.
En la Escuela N°10 "República de Ecuador", Marco era conocido por su sentido del humor y su capacidad para hacer amigos. Tenía un don especial para conectar con los demás, desde los más pequeños hasta los mayores. Sus maestras destacaban no solo su buen rendimiento académico, especialmente en matemáticas y música, sino también su extraordinaria bondad. Era común verlo ayudando a compañeros con dificultades en alguna materia o integrando a los niños nuevos. Su maestra de cuarto grado, Silvia Gutiérrez, lo describía como "un niño con una empatía poco común, siempre pendiente de los demás".
A pesar de su corta edad, Marco tenía grandes sueños. Hablaba de formar una banda con sus amigos Tomás y Joaquín, con quienes ya ensayaba versiones de sus canciones favoritas de Los Piojos y Soda Stereo en el garaje de la casa de su abuela Carmen. También soñaba con conocer el mar, un deseo que se cumplió en enero de 2023 cuando viajó con su mamá y su hermana a Mar del Plata. Quienes lo vieron ese día cuentan que su rostro al ver el océano por primera vez estaba iluminado por una mezcla de asombro y felicidad pura.
Su habitación era un reflejo perfecto de sus pasiones: posters de sus bandas favoritas y de jugadores de San Lorenzo, medallas de natación, su guitarra siempre a mano, y una colección de autitos en miniatura que cuidaba con esmero. Le encantaba invitar amigos a casa para tocar música, jugar videojuegos o simplemente conversar mientras compartían las galletitas de chocolate que su abuela Carmen preparaba especialmente para él.
Entre sus muchas cualidades, quienes conocieron a Marco destacan su risa contagiosa y su capacidad de encontrar humor en las pequeñas cosas de la vida. Era famoso por sus ocurrencias y por cómo lograba aligerar hasta los momentos más tensos con un comentario ingenioso. Como decía su tío Miguel: "Marco tenía el don de hacer que todos a su alrededor se sintieran especiales".
Su partida dejó un vacío imposible de llenar en todos los que tuvieron la fortuna de conocerlo. Sin embargo, su espíritu alegre, su bondad innata y su pasión por la música continúan vivos en los corazones de su familia y amigos. Como dijo su hermana Lucía en una carta que escribió en su memoria: "Marco nos enseñó que la vida, por corta que sea, debe vivirse intensamente, con amor y siempre con una sonrisa".
Aunque físicamente ya no está con nosotros, la melodía de su risa, el recuerdo de su abrazo sincero y el ejemplo de su corazón generoso siguen resonando en cada uno de los que tuvieron el privilegio de compartir un pedacito de camino con él. Marco del Valle, nuestro pequeño músico de sonrisa eterna, seguirá viviendo en cada acorde, en cada chapuzón en la piscina, en cada gol celebrado y, sobre todo, en cada acto de bondad inspirado por su recuerdo.